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Aquí y ahora, 13

Lunes 10 de octubre
Desde bien temprano pasas a ordenador todo lo que escribiste la noche anterior. No corriges ni una coma. Ya volverás más adelante. No sabes qué quedará de todo esto. La idea general, alguna frase, poco más. Corregir ahora es perder el tiempo.
Gimnasio. Aguantas poco sobre la elíptica. En menos de una hora estás de vuelta en casa.
Por la tarde, dos horas de taller literario. Hablas de los espacios, los tiempos y las herramientas de la escritura. Hablar sobre esto te hace pensar en tu método de escritura. Es quizá lo mejor del taller, que te hace creer que eres escritor.
Episodio de Westworld. Poco a poco va avanzando. Es tan sofisticada que podrías escribir varias páginas sobre las ideas que la sustentan. Narrativas que se cruzan, recuerdos de otras tramas, significados que se posan sobre nuevos significantes, performances identitarias… pura deconstrucción derridiana.

Martes 11 de octubre
Escribes el diario de un tirón. Después, reunión de coordinación del máster y consejo de departamento. La mañana desaparece haciendo nada. Una vez más.
Comida de trabajo con Juan Antonio y Alejandro. Acabáis en el Parlamento con varios gin-tonics. La ebriedad te lleva al Perro Azul y recuerdas el pasado reciente.

Miércoles 12 de octubre
Día de fiesta en medio de la semana. Lees y escribes. Todo, con calma. Aprovechas el tiempo. Ni siquiera ves el telediario.

Jueves 13 de octubre
Por la mañana, clase sobre el método atribucionista y la figura de Giovanni Morelli. Hablas del artículo de Ginzburg “Morelli, Freud y Sherlock Holmes”, un clásico de la disciplina que sigue siendo imprescindible. También vinculas el atribucionismo y el catálogo a la consideración de la obra de arte como mercancía. Atribuir una obra, al fin y al cabo, es darle valor a través de la autoría. Que una obra sea “un Goya” no dista tanto de que un bolso sea “un Vuitton”.
Al salir de clase, te enteras de que le han concedido a Bob Dylan el Nobel de literatura. Decides no escribir nada porque las reacciones son furibundas. Tuiteas alguna tontería: “Marías mirando de reojo a Perales”, “Pittbull preparando el sorpasso a Murakami” y cosas así. Pero en el fondo no te gusta la decisión. Una canción no es literatura. La letra es una parte importante, pero no funciona sin la música o la interpretación. Bob Dylan es las tres cosas. Si tarareamos Like a rolling stone y se nos mete en el alma, no es sólo por la profundidad de su letra; es por todo lo demás. Y si literatura es todo lo demás, entonces debemos comenzar a pensar de otro modo. Y el año que viene, junto a Roth, Marías o Murakami, deberían comenzar a sonar Woody Allen, Michael Haneke, David Lynch, Aaron Sorkin o Eija Liisa Ahtila. No hay un Nobel de cine, no hay un Nobel de arte, no hay un Nobel de música. Que lo llamen Nobel de las artes y se lo den a quien quieran. En cualquier caso, el Nobel, como cualquier otro reconocimiento, no siempre premia a quien más lo merece.
Se te viene a la cabeza la frustración de los libreros, pensando en que ya no van a poder remontar algo con las ventas de los libros del Nobel de cara a la Navidad. O la de las editoriales, todas dispuestas a reimprimir –o a traducir y publicar por primera vez– la obra de ese autor que ahora va a llegar a las masas. Porque, en cierto modo, de eso trata también el Nobel, de dar a conocer a un público mayor un autor que es conocido en un terreno más restringido.
Piensas, por ejemplo, en Don DeLillo –uno de tus escritores favoritos–, y te gustaría que un reconocimiento así llevase su mundo de imágenes terribles e inteligentes a un mayor número de lectores. Al fin y al cabo eso es lo que hace el Nobel, poner el foco en lugares donde habitualmente no se mira –y, mucho más que DeLillo o Roth, piensas en cualquier autor de literaturas periféricas–. Pero a Dylan lo conocemos todos. Los miembros de la Academia Sueca y los participantes de Mujeres, Hombres y Viceversa. Hay gente que no sabe lo que es el Nobel y sabe quién es Dylan. ¿Qué cambia este Nobel en el modo en que se percibe a este “autor”? Absolutamente nada.
Por la tarde, después del taller de literatura –donde, por supuesto, preguntas por el Nobel–, asistes a la inauguración de La niebla de la memoria, la obra que Tatiana Abellán ha creado para Pieza única. Dos fotografías que un vapor de agua tratada va haciendo desaparecer poco a poco. En lugar de borrar la imagen previamente y mostrar sólo el resto del borracho, esta vez la artista expone el proceso de desvanecimiento paulatino de la fotografía. La bruma la hará desaparecer a lo largo de los próximos dos meses. En la pared, junto a la entrada, en un vinilo, está la frase que has escrito para la obra: “El pasado regresa como una bruma incorpórea. Allí encontrarás mi imagen, desvaneciéndose en el aire que una vez respiramos.”
Tras la exposición te encuentras con José, Leo, Sara y otros amigos. Salen de las mesas redondas del Rendibú. Bailas en calcetines rock sesentero en el Trémolo. La noche se acaba antes de la cuenta. El gusano del mezcal que te has tragado comienza a hacer sus efectos.

Viernes 14 de octubre
La resaca no te deja escribir demasiado por la mañana.
Por la tarde, quedas con tu hermano en la huerta. Ha conseguido que uno de los investigadores del caso sobre el que escribes venga a hablar contigo. La escena parece sacada de una película de detectives, aunque el hecho de que suceda en el Yeguas, mientras coméis carne a la brasa, le confiere un toque diferente. No cesas de apuntar cosas en el móvil y en tu cabeza. Te sientes, más que nunca, el personaje de una novela. La literatura y la vida aquí sí que se dan la mano. Sabes que esto será un episodio central de tu libro. Cada silla del bar, cada palabra que se dice, cada noticia que aparece en la televisión, cada minuto del presente es ya parte de la narración. Todo se vuelve familiar y extraño.
Regresas a casa por los caminos oscuros de la huerta escribiendo en tu mente el episodio. Antes de dormir, con el ardor del White Label aún en la garganta, transcribes la conversación. Te acuestas satisfecho. La realidad te está escribiendo la novela.

Sábado 15 de octubre
Preparas el espacio de AB9 para el taller del lunes. Después, quedas con Ana e Isabel para hablar de los próximos proyectos de 1er Escalón. Pensáis una exposición de ensueño. Arte y literatura entrelazados. Si llega a buen puerto, todo habrá merecido la pena.
Por la tarde, en el Ítaca, Charo Guarino clausura Érase una vez en Ithaca, una exposición fotográfica que recuerda su estancia en esta ciudad. Charo fue tu profesora en primero de carrera y, después, se ha convertido en compañera y amiga. Te hace especial ilusión participar en el acto de clausura, rodeado de escritores y músicos que leen e interpretan piezas sobre el viaje. Lees un fragmento de tu Diario de Ithaca, el principio y el final. Mientras lo haces, detrás de ti se proyectan imágenes de la ciudad y de la universidad de Cornell. Raquel te fotografía mientras aparece la Society for the Humanities, el paraíso en el que pasaste un año mágico. La tarde se vuelve pura nostalgia. La cerveza artesanal del Ítaca te recuerda a las cervezas americanas. Te encuentras también allí con Andrés –don Andrés–, tu maestro del colegio. Has entrado en una máquina del tiempo.
Al llegar a casa comenzáis a ver los primeros episodios de El exorcista, la nueva serie de Fox. Os engancha desde el principio. La curiosidad vence al miedo.

Domingo 16 de octubre
Sueñas con el exorcista y se te meten en el sueño los cantos de la procesión mariana que pasa por tu calle a las ocho de la mañana.
Quisieras escribir, pero hoy no puedes. Prefieres leer. Terminas Hermano de Hielo, la primera novela de Alicia Kopf. Te gusta sobre todo el modo en que lo personal se anuda con la historia de la conquista del Polo. El hielo está dentro y fuera. El libro está a medio camino entre el ensayo, la novela y el diario. Te recuerda sobre todo a la obra de otros artistas que han decidido escribir y han dado el salto a la literatura. Piensas en los cuadernos de campo de Tacita Dean, en sus historias sobre exploradores y en su particular modo de ver el mundo. Alicia Kopf tiene ese tipo de mirada. La vida, el arte y la literatura, entrelazados con sabiduría.
Por la tarde, vives. Intentas ir a la performance de La Ribot en el Centro Párraga, pero no consigues llegar. La vida se interpone en tu deseo. La vida, convertida en arte.

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