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Aquí y ahora, 20

[Publicado en Eñe. Revista para leer]

Lunes 28 de noviembre
Te levantas con sueño. Anoche apenas pudiste dormir buscando la solución a un problema con la novela. Esta mañana lo revisas todo de nuevo y parece que funciona. Aunque intuyes que hay algo que es necesario introducir para que se muevan los engranajes. Tarde o temprano, acabará apareciendo.
A media mañana, reunión con Alejandro para planificar el Centro de Estudios Visuales. Esta semana pasa por Consejo de Gobierno y hay que dejar todos los papeles preparados. Comienzas a temer la burocracia que se te viene encima.
Por la tarde, consigues terminar La séptima función del lenguaje, lo último de Laurent Binet. Es una novela excesiva. Hay que ser valiente para entrar a cuchillo contra la intelectualidad francesa y el postureo postmoderno. No se salva nadie. Las escenas con Derrida, Foucault, Sollers o Kristeva son hilarantes. En especial te gusta el pasaje en el que todos viajan a Ithaca, a la Universidad de Cornell, a un congreso filosófico. No puedes evitar cierta nostalgia al imaginar las calles y los espacios descritos. Te ha interesado, pero no tanto como HHhH, la anterior novela de Binet. Lo que allí era pura genialidad aquí está algo más forzado. Hay algo que no consigue funcionar del todo.

Martes 29 de noviembre
Toda la mañana en tutorías de TFG. Intentas buscar temas que tengan sentido y que puedan ser realizables, pero sobre todo que sirvan de algo a quien los hace. Si pudieras reformar el grado, sería lo primero que eliminarías, el TFG. Lo cambiarías por una asignatura que se llamase LDL: “Lectura de libros”. Ahí es donde se aprende, leyendo. Cuando los alumnos te preguntan que dónde has aprendido, que cómo se llega a conocer lo que conoces, sólo tienes una respuesta: leyendo. Nadie, nunca, te ha enseñado más que un libro. El buen profesor es el que señala los mejores libros para leer. El buen estudiante es el que los busca y descubre ahí la sabiduría. Lo demás son maneras de perder el tiempo.
Por la tarde, gimnasio. Te cansas antes de la cuenta. En tu cabeza sigue la novela. Después, acabas de ver la segunda temporada de The Affair. Agradeces haberte reenganchado.

Miércoles 30 de noviembre
Sigues recomendando libros para leer en las tutorías de TFG. Alguien, valiente, se atreve a intentarlo con Mieke Bal. Después, en clase de teoría, continúas con la Historia Social del Arte y el concepto de Ideología. Gramsci, Althusser y Zizek. Algunos rostros comienzan a despertar. Ese es el sentido de la asignatura: hacer pensar, no dejar nada en su sitio.
Comes con Marta y le cuentas lo que has escrito. Le falta un conflicto al final, dice. Te hace pensar.
Por la tarde, te escribe Javier para decirte que acaba de llegar el Diario de Ithaca. Pasas por su casa y te llevas unos cuantos ejemplares. Al llegar a casa, te quedas unos segundos mirando el libro y le haces una fotografía. “Pequeños momentos de inmensa felicidad”, escribes en Facebook. Un año de vida, condensado en ciento sesenta páginas. No puedes ser más feliz.

Jueves 1 de diciembre
Temprano, al gimnasio. Quieres bajar lo que vas a engordar hoy en la celebración de San Eloy, la fiesta grande de Historia del Arte en Murcia. Nació como tradición precisamente mientras estudiabas la carrera. Pero tú estabas en otras cosas. Nunca has ido a la procesión, ni a la misa, ni a los actos protocolarios. Siempre te enganchas a la comida y, por supuesto, a las copas. Este año sigues esa rutina.
En el restaurante os condenan a una de las esquinas. Pero ni así consigues librarte de bailar “la pelusa”. Después, en el bar, llega el desmadre. Nadie conoce a nadie. Es un estado de excepción, una especie de Nochevieja adelantada. Intentas mantener el tipo todo lo que puedes. Sobre todo en las conversaciones con los estudiantes. Algunos de ellos, que en una asignatura han leído Intento de Escapada, te preguntan por los personajes de la novela. ¿Qué le hizo Montes al pobre Omar? ¿Por qué hiciste eso con Helena? ¿Tú eres Marcos? Te das cuenta de que la historia tiene vida propia, y también de que nadie ha conseguido separar al narrador del autor.
Con una copa en la mano, Rocío dice que lee tu diario y a ti se te cae la cara de vergüenza. A veces no eres consciente de que todo lo que escribes aquí es leído por tus estudiantes y que debe de ser extraño conocer la intimidad más íntima del profesor. Hablas con ella de literatura y de escritura. Después, con Marina, con Patricia, con Rafael, con David… Estás afectivo. Besas a Jonatan y a Isabel, y a todo el que se cruza en tu camino. Últimamente has decidido que a los amigos los vas a abrazar y besar como si fuera el fin de los días. En el fondo, siempre es el fin de los días.
Acabas con Leo en Revólver. Tu cuerpo ya no aguanta más. Quizá porque no has cenado. No es demasiado tarde, pero la fiesta ha durado demasiado tiempo. El Jägermeister comienza a pasar factura.

Viernes 2 de diciembre
Milagrosamente, te despiertas sin resaca. Preparas la presentación de No lejos, el libro de Antonio Moreno que ha publicado Newcastle Ediciones. Es una pequeña delicia. Un viaje hacia lo cercano, una serie de caminatas por el paisaje que nos rodea, una flânerie silenciosa y liviana, pero cargada de sentido. Moreno escribe con delicadeza. Cada frase está llena de sabiduría. Uno tiene la sensación de estar frente a un clásico. El tiempo se detiene en la lectura igual que en la escritura. Una escritura que es mirada, contemplación, poesía. “No lejos” es la distancia que permite ver lo cercano. Es la ventana que permite mirar al mundo como si fuera un cuadro. Y, al revés, la cercanía que convierte el cuadro en un mundo. No cesas de subrayar frases: “escribir es una forma de mirar; y las palabras, una parte más –y una consecuencia– de la silenciosa atención necesaria para mirar de veras”; “Pintar –lo mismo que escribir– es seguir el camino de los solitarios”; “la cercanía del paisaje concede realidad, hace que el hombre sea más concreto, como concretos son un árbol, una piedra o una hormiga”.
Cierras el libro maravillado. Por la tarde, en la presentación, compruebas que Antonio es alguien especial. Te quedas embobado escuchando sus palabras. Has descubierto en él a un verdadero escritor. Alguien que habita el mundo a través de las palabras.

Sábado 3 de diciembre
Te levantas temprano y planificas algo la escritura. A media mañana, te acercas al concierto de Onda Regional en el Auditorio. La voz de Paco Neuman te eriza la nuca. Después, con Marta, Alicia, Paula, Yolanda y Jaime te saltas la dieta. Varias veces. Llegas con el tiempo justo para ver el clásico en el Parlamento. Allí te esperan Leo y Raúl. Sergio Ramos vuelve a obrar el milagro y el Madrid empata en el último minuto. Lo celebráis en con la Sr. Tarde en Black Tag. De nuevo, no contienes los besos.
Recoges a Raquel y celebráis su cumpleaños en el Hispano. Sigue pareciendo una niña. Hace tiempo que los años dejaron de pasar para ella. Tras la cena, tomáis una copa tranquilos y regresáis a casa. El día no puede acabar mejor.

Domingo 4 de diciembre
Escribes durante todo el día. A finales de la tarde, logras terminar el capítulo que te habías propuesto para esta semana. Te levantas para celebrarlo. Pero justo cuando ibas a apagar el ordenador, una frase aparece en tu cabeza. Vuelves a abrir el archivo y comienzas a apuntarla para continuar la escritura al día siguiente. Cuatro horas después, a media noche, sigues ahí sentado y de esa frase ha nacido un capítulo que no esperabas. Un capítulo que equilibra la novela y termina de dar sentido a uno de los problemas que habías intuido al principio de la semana. Al acostarte, cansado y con la mirada borrosa, piensas en lo extraña que es la escritura. Una frase, una idea, un párrafo…, surge cuando menos te lo esperas. Escribir es también estar atento a lo inesperado. Es sobre todo eso. Porque lo inesperado, precisamente por inesperado, es lo que activa y moviliza lo que habías planificado en tu cabeza.

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